Las letras y yo iniciamos nuestro romance hace ya muchas páginas, hace ya muchos lápices, hace ya muchas plumas de gel con aroma, hace ya muchas teclas, hace ya mucho. Empezó cuando sólo mis ojos las reconocían a través de sus formas, ya saben, «bolitas», «palitos», «rayitas», «viboritas». Después, me fueron dados a conocer sus nombres: «eme», «ele», «efe», y así. Hasta que finalmente mis manos y dedos en complicidad con mis ojos y neuronas se hicieron íntimos amigos de cada una de ellas. Nuestro inicio no fue sencillo ni terso, bien dicen que nada es fácil en esta vida, y mi amor por las letras no fue la excepción. Tuve que derramar lágrimas para aprender a leerlas todas juntas en lugar de una por una; tuve que aprender a respetar sus puntos, sus comas, sus acentos y espacios, y fue tanto el respeto que me fue encomendada la acción de demostrarlo en cuanto concurso de ortografía se presentaba -¡Sí!, miedo y pavor sentía con todos esos ojos de monstruo, acechando cualquier falta de respeto hacia ellas-, pero al final salíamos victoriosas ellas y yo, y quedaba demostrado, muy en alto, mi amor por ellas.
Pero no crean que todo fue espinoso en nuestro andar ya que después de un par de años, llegó la paz a nuestra relación. Un día de cumpleaños las letras se revelaron ante mi como brisa fresca en un día caluroso. Allí estaban, todas ellas, muchísimas de ellas, plasmadas en brillantes hojas ilustradas, dándole forma a un nuevo mundo. Descubrir su nueva cara, hizo que les perdonara todo el sufrimiento causado al inicio. En verdad, las letras se redimieron y con creces. Verlas, o mejor dicho, leerlas en distintos empaques y colores que me trasladaban a universos desconocidos, lograba que me sintiera la niña más feliz de la Tierra. Así fue como ellas me dieron la bienvenida a su reino. Ese reino dónde puedes ser y estar donde tu quieras y donde lo único finito es el infinito.
A partir de ahí quise ser más que sólo admiradora de letras. Decidí ser su amante y enredarme en ellas. Nuestro amor, al ser un todo, tenía el poder de crear nuevos mundos, describir sueños y fantasías, asumir en papel esos encuentros y desencuentros, en una palabra abrir puertas, hoyos y ventanas a otras dimensiones, tal como las que ellas les permitían a esos grandes escritores. Sí, lo sé, vaya osadía la mía, querer crear historias o mundos tan maravillosos como el de Saramago o Neruda o García Márquez o Borges, -¡qué tontería!-, así que opté por llevar mi amor en secreto, no fuera a ser que esos grandes escritores se sintieran ofendidos por mis creaciones, no fuera a ser que en casa me descubrieran y se burlaran de mi amor secreto, no fuera precisamente a eso: a ser.
Escribir en la «clandestinidad», es decir, en servilletas de papel durante largas esperas en aeropuertos o en aviones, en hojas de cuaderno que luego eran arrancadas, dobladas y bien guardadas, en diarios color de rosa que escondía muy bien y en blogs a los que ponía mil y un candados, en fin, en lugares donde ningún ojo mirón pudiera cuestionar mi amor secreto, era mi escape a la libertad, mi forma de quitarme las ataduras que me mantenían siendo una brillante profesionista en este mundo lineal y sistemático, tan acorde a lo establecido.
Seguro se preguntarán, -pero, ¿de que mundos maravillosos nos hablas?- bueno pues de esos mundos donde uno descubre la historia de la humanidad, la belleza de las artes, la sensibilidad de una nación, la violencia de una guerra, la ternura del primer amor, lo increíble de la ciencia, lo grandioso de la misericordia, los milagros de la vida, la profundidad del mar, lo enamoradiza que es la luna, incluso el aroma de las flores o de lejanas ciudades, el canto de las sirenas, la virtud de las lombrices, lo inimaginable de la ficción, lo divertido que resulta ser irreverente y no tener reglas, la crueldad de los patanes, los mil y un colores del cielo, en fin, el amor en todas sus presentaciones, y cosas por el estilo. ¿Has pensado tú querido lector, de lo que te has perdido por no leer y/o escribir?
Afortunadamente, mi amor por las letras, éste gran amor escondido, ha salido de la clandestinidad de la que ya hablaba, justo a partir de un bendito acontecimiento que me libró de un desastre seguro, y donde finalmente estoy abrazada eternamente a ellas, cual vil enredadera de la selva a gigantescos árboles y que va buscando siempre la luz, la del sol, para poder sobrevivir, para poder ser. Pienso, creo, siento, que este enredado amor hacia las letras trepará cualquier obstáculo, simplemente porque ya es libre de escribir donde sea, a quien sea y como sea.
Este amor echó raíces desde aquellos días en que para mí ellas solo eran percibidas como «bolitas», «palitos», «rayitas» y «viboritas». Este amor, sin querer, y queriendo, empieza a echar letras propias, letras grandes, de esas que son de verdad y saben a mi.